En un contexto global atravesado por la crisis climática, el deporte, con su capacidad de movilizar millones de personas, recursos y valores, está encontrando su lugar como protagonista de la transición hacia una sociedad que busca bienestar porque sabe que la longevidad es una característica que se instala cada vez más en las nuevas generaciones, alineada a prácticas más sostenible. Desde las grandes ligas hasta los atletas amateurs, el compromiso con el medio ambiente ya no es una opción, sino una responsabilidad compartida.
Como sabemos, el deporte profesional genera un impacto ambiental significativo: desde los viajes internacionales, el consumo de energía en estadios, hasta la fabricación de indumentaria y el merchandising. La huella de carbono de una Copa del Mundo o unos Juegos Olímpicos puede equipararse a las emisiones anuales de un país mediano, como ya lo evidenció el Mundial de Qatar 2022 con más de 3,6 millones de toneladas de CO₂.
Sin embargo, ejemplos como el de París 2024 marcan un antes y un después: la organización se propuso reducir las emisiones a la mitad respecto a ediciones anteriores, reutilizando infraestructura, priorizando el transporte público y adoptando tecnologías bajas en carbono.
Impulsado por el llamado a la reflexión, la toma de conciencia, y la realidad que hoy nos atraviesa, el “deportista verde” ya comenzó a ser protagonista del cambio.
Sabemos que cada acción cuenta. El deporte no solo refleja la sociedad, la transforma. Desde un club que instala paneles solares en su estadio, hasta una persona que recicla sus zapatillas o elige una vincha ecológica en lugar de una toalla de un solo uso. El deporte tiene el poder de educar con el ejemplo, inspirar cambios y movilizar a millones. Ser “verde” ya no es una moda: es parte del juego.
¿Qué están haciendo las empresas y grandes organizadores de eventos para acompañar esta nueva demanda ambiental en el mundo del deporte?
Las principales marcas deportivas son conscientes de la crisis climática y del rol que tienen en ella. No es solo una tendencia de mercado: desde hace al menos una década, el sector deportivo ha comenzado a internalizar los efectos del cambio climático, tanto en términos de riesgos económicos como de impacto directo en la práctica deportiva (eventos cancelados por olas de calor, pérdida de nieve, inundaciones, etc.).
Las empresas saben que el calentamiento global no es un problema lejano ni abstracto, sino una amenaza concreta a su modelo de negocio, a sus públicos y a su legitimidad. En ese sentido, muchas han adoptado compromisos formales hacia la descarbonización, la circularidad y el uso responsable de recursos. Algunas invierten en innovación, trazabilidad y certificaciones internacionales. Y lo hacen con acciones que exceden el marketing, integrando equipos de sustentabilidad dentro de sus estructuras y reportando indicadores ambientales con cierta seriedad.
Ahora bien, esto no excluye que muchas veces esas acciones convivan con discursos sobredimensionados, prácticas contradictorias o estrategias de greenwashing. Es decir, sí hay conciencia, pero también hay oportunismo. La presión del consumidor consciente, los lineamientos globales frente al cambio climatico y el escrutinio público han llevado a estas marcas a moverse, pero no siempre con la profundidad o coherencia necesarias frente a la urgencia ambiental actual.
El verdadero desafío no es si entienden la emergencia (porque sí la entienden), sino si están dispuestas a reestructurar sus lógicas de producción, distribución y consumo para estar a la altura del problema. Y en eso, hay avances, pero todavía falta mucho más que buenas intenciones o cápsulas ecológicas de temporada. La emergencia no se resuelve con una colección reciclada: se resuelve con cambios estructurales, regulaciones y coherencia sistémica.